En colaboración con Mercedes Leticia Sánchez Ambriz
El podcast lo puedes escuchar en este enlace
En un comentario anterior analizamos las páginas 7 a la 12 del análisis de una encuesta divulgada por Turnitin y que abarcó a 3,500 participantes, de ellos 500 administradores educativos, la misma cantidad de académicos y 2500 estudiantes. El informe al que se puede acceder desde este enlace muestra un escenario donde estudiantes, docentes y administradores educativos coinciden en que la inteligencia artificial ofrece oportunidades, pero también genera inquietudes profundas.
En este artículo
analizamos las páginas comprendidas entre la 12 y la 16 del informe, referidas a
las expectativas de estudiantes y los desafíos principales de los encuestados. El
contenido revela un conjunto de tensiones estructurales: la presión sobre el
docente, la falta de recursos institucionales, el temor de los estudiantes por
perder habilidades cognitivas clave, y la coincidencia de todos los actores en
identificar la integridad académica y la competencia digital como desafíos
urgentes. Estas páginas permiten interpretar cómo se reconfigura el proceso
educativo en un contexto donde la IA se vuelve omnipresente.
Desafíos formativos y
riesgos percibidos en el uso académico de la IA
La página 12 expone un
factor estructural: aunque existe consenso sobre la importancia de la IA para
el futuro laboral, los docentes perciben que sus instituciones no cuentan con
los recursos para implementarla de manera eficaz. El 37 por ciento declara esta
carencia y busca apoyos externos. Esta situación amplifica la presión que
sienten ante la magnitud de una tecnología que cambia con rapidez y que exige
nuevas capacidades para orientar a los estudiantes. El contraste es claro:
se reconoce que la IA será determinante para la empleabilidad, pero no se
establecen suficientes condiciones para que los docentes desarrollen la
competencia necesaria para acompañar la transición.
En las páginas 13 y 14
emergen con fuerza las preocupaciones de los estudiantes. Al 59 por ciento le
inquieta que el uso excesivo de la IA reduzca sus habilidades de pensamiento
crítico, mientras que el 47 por ciento teme incurrir en mala conducta académica.
Los docentes y administradores coinciden en estos riesgos: la reducción de
habilidades críticas, la información errónea y la falta de capacitación
aparecen como amenazas compartidas. Este punto permite observar un elemento
importante: el miedo no está únicamente en el terreno ético, sino en la
posibilidad de que la IA afecte el proceso cognitivo y formativo de manera
profunda.
Además, más de la mitad
de los encuestados considera que la IA representa una amenaza directa a la
integridad académica. La preocupación no se limita al plagio o a la autoría
delegada, sino a la pérdida de autenticidad en el aprendizaje. Para los
estudiantes, aprender de manera auténtica sigue siendo un valor fundamental y
expresan la necesidad de saber cuándo y cómo se puede usar la IA sin
comprometer su propio desarrollo.
Las páginas 15 y 16
añaden un matiz decisivo: no existen diferencias significativas entre las
preocupaciones de instituciones de educación secundaria y media, y las de
educación superior. Ambas identifican los mismos desafíos principales
(integridad académica y falta de capacitación) y los mismos riesgos
(información errónea y debilitamiento del pensamiento crítico). Esta
coincidencia muestra que el problema no es aislado ni propio de un nivel
educativo, sino que responde a una transformación estructural que afecta a todo
el sistema formativo.
El análisis comparado
entre ambos niveles también evidencia una oportunidad. Si las preocupaciones
son similares, la respuesta institucional podría ser articulada, con políticas
conjuntas, criterios unificados de uso ético de la IA y programas de formación
continua que acompañen la transición desde etapas tempranas del proceso
educativo.
Las páginas analizadas
muestran que el desafío actual no se limita a integrar la IA, sino a
reconstruir las condiciones pedagógicas, institucionales y éticas para que su
uso sea coherente con los fines educativos. La tensión entre mantener la
integridad académica y desarrollar competencias en IA atraviesa a estudiantes,
docentes y administradores por igual. La preocupación por la reducción del
pensamiento crítico señala que la tecnología no puede sustituir los procesos
reflexivos que constituyen el núcleo del aprendizaje.
Frente a este escenario,
se refuerza la necesidad de fortalecer la formación docente, clarificar las
políticas de uso aceptable y promover prácticas pedagógicas que combinen
innovación y rigor. La posibilidad de avanzar hacia una cultura académica
sostenible en tiempos de IA depende de que las instituciones asuman el
liderazgo que hoy aparece fragmentado. Mientras la articulación entre liderazgo
y cultura académica en tiempo de IA no ocurra, la brecha entre expectativas
y capacidades seguirá ampliándose, y los riesgos señalados por la comunidad
educativa continuarán condicionando el modo en que la IA transforma la
educación.
Un cierre hasta el
próximo análisis
Las páginas 12 a 16 del informe de Turnitin no describen
simplemente “desafíos” ante la irrupción de la IA; dibujan el contorno de una
crisis sistémica que pone en jaque los fundamentos mismos de la educación tal
como la hemos conocido.
Cuando el 59 % de los estudiantes teme perder su capacidad de
pensar críticamente y más de la mitad de la comunidad educativa ve amenazada la
integridad académica, ya no estamos ante una cuestión de adaptación
tecnológica: estamos ante la disyuntiva histórica de si la educación será capaz
de preservar su razón de ser —formar personas capaces de pensar por sí mismas—
o si, por inercia institucional y ausencia de liderazgo, terminará delegando en
algoritmos el núcleo de su misión.
La coincidencia de preocupaciones entre secundaria y universidad
elimina cualquier excusa de gradualidad o de “fases de transición”. El problema
es el mismo en todo el continuum formativo y exige respuestas igualmente
integrales y urgentes. Seguir postergando la formación masiva y obligatoria de
docentes, la definición clara de políticas de uso ético y la creación de
entornos pedagógicos que enseñen a usar la IA sin abdicar del rigor cognitivo
equivale a aceptar, de facto, que una parte irreparable del desarrollo
intelectual de las próximas generaciones quede en manos de modelos de lenguaje
cuya lógica profunda ni siquiera comprendemos del todo.
El mensaje del informe es inequívoco: o las instituciones
educativas asumen ahora —y no dentro de cinco o diez años— el liderazgo
estratégico, presupuestario y cultural que esta transformación exige, o la
brecha entre las competencias que el mundo laboral demandará y las capacidades
reales que el sistema educativo entregue se volverá insalvable. Y cuando eso
ocurra, ya no habrá políticas correctivas que alcancen: la pérdida de
pensamiento crítico y de autenticidad en el aprendizaje no se recupera con cursos
de actualización ni con nuevos detectores de plagio. Se pierde para siempre en
quienes hoy son estudiantes.
La IA no está esperando a que la educación decida qué hacer con
ella. Ya está reconfigurando el aprendizaje desde dentro. La pregunta ya no
es si queremos o no esta transformación, sino si estamos dispuestos a liderarla
o a sufrirla.