En colaboración con Mercedes Leticia Sánchez Ambriz
Si quieres ir más rápido que Rocinante te dejo el pódcast en este enlace
Cuando Cervantes escribió Don Quijote de la Mancha, no solo
creó la primera novela moderna, sino también una metáfora eterna sobre la
relación entre nuestros sueños y la realidad. La historia de Alonso Quijano, un
hidalgo que tras leer demasiados libros de caballería decide convertirse en
caballero andante, sigue hablándonos hoy con una fuerza insospechada.
Don Quijote cabalga por los caminos de la Mancha convencido de luchar contra
gigantes y defender damas en apuros, mientras su fiel escudero Sancho Panza lo
acompaña con los pies firmes en la tierra. La enseñanza central de la obra está
en esa tensión: los ideales son necesarios para dar sentido a la vida, pero
necesitan del realismo para no convertirse en delirio. En la era de la inteligencia artificial, esta lección cobra una nueva vigencia.
Rocinante:
el caballo humilde convertido en símbolo
Rocinante
no era un corcel noble ni poderoso. Era apenas un rocín, un caballo de
trabajo, viejo y sin gloria. Pero en la mente de Don Quijote se transformó en
la montura más ilustre del mundo. Su nombre es ya una metáfora: “rocín” señala
lo vulgar y ordinario, mientras que el sufijo “ante” lo eleva a la categoría de
superior. En ese juego de palabras, Cervantes muestra cómo la imaginación puede
transfigurar lo humilde en grandioso.
Algo similar ocurre con la inteligencia artificial. En esencia, no es magia:
son algoritmos, datos y procesos matemáticos. Sin embargo, en nuestra
mirada puede convertirse en la montura que nos lleve hacia la innovación y la
creatividad. El riesgo está en idealizarla demasiado, como Don Quijote
idealizaba a Rocinante, o en despreciarla como si fuera un simple caballo viejo.
La clave está en reconocer su naturaleza: poderosa, pero siempre dependiente
del jinete que la guía.
Sancho
Panza: la voz crítica que equilibra
Si
Rocinante simboliza la herramienta y Don Quijote los sueños, Sancho Panza es la
conciencia crítica que no podemos perder. Su nombre ya lo anticipa:
“Sancho” era un nombre común, asociado al campesino, al hombre sencillo;
“Panza” remite al apetito y a lo terrenal. Frente a la exaltación de Don
Quijote, Sancho representa el sentido común, la prudencia y la mirada del
pueblo.
Sancho recuerda constantemente a su amo que los gigantes son molinos y que las
ínsulas prometidas son, en el mejor de los casos, ilusiones. Sin embargo,
también se deja contagiar por la imaginación de Don Quijote, hasta el punto de
soñar con gobernar su propia ínsula. En este intercambio, Don Quijote se
“sanchifica” y Sancho se “quijotiza”. Ambos se transforman mutuamente,
recordándonos que los ideales necesitan del realismo, y que el realismo sin
sueños empobrece el espíritu.
En la metáfora con la IA, Sancho es nuestra voz interior que nos advierte:
la tecnología no lo resuelve todo, no es todopoderosa, y debe usarse con
criterio. Nos enseña que, incluso en medio del entusiasmo digital, debemos mantener
los pies en la tierra para no confundir molinos con gigantes. Sancho es el pensamiento
crítico que necesitamos reforzar en el empleo de la IA.
Una
lección para la era digital
Cervantes,
sin proponérselo, nos dejó una enseñanza que resuena con fuerza en el presente.
No basta con tener un Rocinante tecnológico ni con soñar como Don Quijote.
Necesitamos también un Sancho que nos acompañe y nos cuestione.
La inteligencia artificial puede ser el caballo que nos lleve lejos, pero solo
si sabemos hacia dónde cabalgamos. El idealismo sin crítica nos hará chocar con
molinos; el realismo sin sueños nos condenará a quedarnos inmóviles. La IA
está con nosotros, desconocerla no es ver molinos, es que estos no existirán
para aquellos que la niegan.
Hoy, como ayer en los caminos de la Mancha, el viaje solo tiene sentido si
cabalgamos con imaginación, con razón y con humanidad. Esa es la lección de
Cervantes para nuestra era digital.