lunes, 11 de febrero de 2019

¿Por qué pelear contra los celulares y las redes sociales?


Desde hace meses circula entre los grupos de WhatsApp en los que participo una carta escrita por el periodista uruguayo Leonardo Haberkorn, donde declara su renuncia a ser profesor universitario. La razón de su decisión es que se cansó de pelear contra la presencia de celulares y los permanentes mensajes de las redes, por parte de sus estudiantes de periodismo.

En la carta que data de finales del 2015 señala que muchos de esos estudiantes no pueden responder preguntas generales, sobre lo que pasa en un lugar o en otro, o conocer a determinadas figuras públicas. Los que llevamos varias décadas como profesores universitarios conocemos que ese mismo tipo de pregunta tampoco se respondían como esperábamos veinte o treinta años atrás. Por ello la pelea no es contra los celulares y las redes, tampoco contra los estudiantes. Es contra la incapacidad de innovar cada día, es contra la incapacidad de atrevernos a cambiar y contra la incapacidad de escuchar a nuestros estudiantes y sus experiencias en las redes sociales, contra las que debemos luchar cada día.

Prohibir el celular o el acceso a las redes es ir en contra ruta, hay que aprovecharlos en la clase y fuera de ella. La mayoría de los profesores universitarios transitamos desde la no existencia de estos medios hasta su empleo incontrolado. Cuando estamos empleando un tipo de recurso o una aplicación determinada, surge otra que desplaza la anterior y con ella un nuevo ciclo de aprendizaje.
El pasado año con dos estudiantes de final de grado de nuestra licenciatura en educación realizamos una encuesta entre alumnos de algunas de las carreras de nuestra Universidad. El objetivo de esta fue detectar la relación entre el uso de las redes sociales con el desarrollo de actividades educativas y su influencia en el rendimiento académico. Los datos aún sin procesar en su totalidad, reafirman lo que todos conocemos: la influencia está muy lejos de ser totalmente positiva.

Por ejemplo 7 de cada diez estudiantes encuestados afirmó que no controla el tiempo de permanencia en las redes y 8 de cada diez asegura dedicar más tiempo del necesario. A su vez 6 de cada diez afirma conectarse a las redes durante las clases. Otro de los datos demuestra que casi la totalidad asevera distraerse en clases con el empleo de las redes y 7 de cada diez considera que el uso de las redes crea un efecto negativo en su rendimiento. 

Los resultados de la encuesta no son sorprendentes, el empleo de estos dispositivos distrae la atención, ellos le ganan al profesor que emplea la pizarra acrílica durante la mayor parte de su clase, le ganan también al profesor que muestra una presentación en PowerPoint llena de texto, sin animación, le ganan al profesor que emplea como libro de texto para su asignatura un folleto con fotocopias de diferentes artículos, le ganan al profesor que se apega a los medios tradicionales y no logra descubrir el verdadero valor de los recursos que nuestros alumnos tienen en sus manos.

¿Los aceptamos o los rechazamos?

Particularmente no me voy a rendir, tampoco me voy a pelear contra estos dispositivos y las redes, los seguiré empleando en las clases y fuera de ellas. En el conocido informe Horizon de finales del 2017 se plantea como tendencia de adopción en uno o dos años en la educación superior, al aprendizaje mixto y el colaborativo a partir del mobile learning.

La comunicación móvil es una necesidad de las personas, que si no se reconoce explícitamente en la conocida Pirámide de las necesidades de Maslow, se puede incluir desde las necesidades de seguridad hasta las de autorrealización. Ella atraviesa todos estos momentos especiales para el ser humano.  

En la encuesta que cité anteriormente, la casi totalidad de los estudiantes afirmó que el celular es el dispositivo que emplea con más frecuencia para conectarse a las redes sociales. Aseveran que los grupos de WhatsApp creados en las asignaturas son de gran ayuda, pero reconocen que no en todas las materias los profesores se muestran partidarios de su creación.

El celular y las redes entraron en nuestras aulas universitarias sin pedir permiso, seguirán en ellas hasta que sean desplazadas por otros medios diferentes y negar su existencia no es posible en una educación superior que cada día se renueva, en una sociedad donde el internet móvil es uno de los ángulos de la comunicación humana y por ende de las necesidades básicas del ser humano.

miércoles, 6 de febrero de 2019

El tiempo y los cumpleaños.


Hoy en medio de las felicitaciones por WhatsApp y Facebook me di cuenta que los años que cumplimos son más de los que indica el almanaque. Es difícil hacer el cálculo de esos años, pero lo voy a intentar. Para ello voy a partir de una sencilla ecuación.

Cuando nacemos disponemos además de nuestros días, meses y años, de los que les quitamos a las personas que nos cuidan. La madre, el padre, en algunos casos los hermanos mayores, los tíos y algún que otro familiar que no le quedó más remedio que cuidarnos cuando los más cercanos nos dejan de lado para descansar. Por lo que en los primeros cinco o seis años nos llevamos más de la mitad del tiempo de los que nos cuidaron, así que acumulamos, al menos tres años más de vida.
Cuando empezamos a querer ser independientes, aunque tenemos a los padres colgados de nosotros casi todo el tiempo, es cuando no queremos que nos den ese tiempo. Pero igual lo tenemos que tomar. Entonces calculo que desde los siete a los quince años, nos toca del tiempo ajeno unos tres años. Eso significa que al llegar a los 15 años tenemos aproximadamente seis años más de vida.

Después de los 15 y hasta alcanzar la tan rara edad de la mayoría de edad, que no en todos los países es igual, aunque todos somos iguales, seguimos con alguna ayuda de los familiares más cercanos. En otras naciones los hijos se separan de los padres con absoluta normalidad, pero los latinos somos diferentes.

Somos diferentes porque después de la mayoría de edad seguimos viviendo con nuestros padres o muy cerca de ellos. No es que no existan viviendas, es que nos gusta seguir siendo atendidos y tomar algo de su tiempo. Así que podemos decir que desde los 15 hasta los 30 nos tomaremos otros tres años más de los demás. Por esto estamos acumulando un total de nueve años más de lo que indica el calendario.

Después de los 30 hasta los 60, que alguien con una imaginación bondadosa bautizó con la tercera edad, también nos tomamos un poco del tiempo de los demás. Aquí forma parte de la ecuación los momentos de salud delicada, la compañía de nuestra esposa, de nuestros hijos, familiares más cercanos y los amigos. De modo que si agregamos en esos 30 años otros tres, ya estamos con 12 años más.

Con la tercera edad (por cierto no existe la cuarta edad) tomamos más tiempo de los demás, necesitamos más atención y a veces somos egoístas y reclamamos más de los hijos y de nuestra esposa.

Ahora cuando trato de calcular este tiempo que nos tomamos en esta rara tercera edad, me doy cuenta que mi ecuación matemática tiene un grave error, no conté el tiempo que después devolvimos a los hijos, a la esposa y a los nietos, a los sobrinos, a los amigos y a todos. Por ello esos años son solamente prestados y mi ecuación vuelve a cero y a mi edad actual.