Salió de su nave cuando las
primeras luces del día se filtraban por su cristal delantero. La noche anterior
había aterrizado sin dificultad alguna al borde de una carretera de poco
tráfico y logró desplazar la nave a un lugar donde la alta hierba del lugar la cubría
por completo.
Comprobó que aquel lugar era
seguro, pues su medidor de actividad humana demostraba que hacía más de diez
años que el campo no era cultivado. Observó hacia el final del mismo una casa y
en su techo divisó lo que en la escuela le habían advertido; una antena de
televisión en forma de un raro plato, la que servía en ese momento para recibir
los cien canales de cada país, hecho que él desconocía.
El primer ser llegado de otro
lugar del Universo despertaría la curiosidad, le habían indicado en la escuela.
También sabía que era posible que alguien pretendiera hacerle daño. Salió a la
carretera y caminó lentamente. Pensaba en lo qué le preguntarían, en la
expresión de las personas y en sus respuestas, pues su estatura, color de piel
y forma de su cuerpo eran muy distintos a los humanos. Pensó incluso que
aparecería a través de lo que los humanos llamaban televisión y su foto
recorrería todos los lugares a través de lo que le explicaron que era Internet,
pero nunca alcanzó a comprender a us profesor.
Llegó al pueblo que su mapa
indicaba y comenzó a observar a las personas que pasaban por su lado. Se
extrañó que nadie lo agrediera, o le preguntara de dónde había llegado; es más,
nadie se detuvo a observarlo.
Los que caminaban lo hacían
mirando a sus pantallas pulsera y dejándose conducir por unos lentes
especiales. Otros llevaban una gorra con una antena pequeña y una pantalla
plana que cubrían sus ojos. Los menos caminaban con unas cosas en los oídos,
pero su vista siempre era esquiva.
El extraterrestre observó que en
cada esquina del pueblo existía una pantalla plana donde se mostraban imágenes
de lo que a esa misma hora hacían las personas en otros países.
En una de estas pantallas vio un
hombre chiquito y de tez amarilla que dormía, vio también a un hombre grueso,
lleno de abrigos que salía de una casa que parecía ser de hielo para sentarse a
ver una pantalla igual a la que el observaba con tanta atención.
En otra esquina se detuvo por
más tiempo pues mostraban a unas bellas muchachas con un micro bañador tomando
sol en un lugar que llamaban Tahití.
Su incursión matutina estaba por
terminar pues por su lado habían pasado, según su contador de humanos,
trescientas cuarenta y dos personas y ninguna se fijó en él. Incluso trató de
dirigirse a varias personas pero siempre lo ignoraban.
Al mediodía cuando el sol era
más intenso y las personas se dirigían en sentido contrario a como lo habían
hecho en la mañana casi lo arrastran en una calle un poco estrecha. Pidió
disculpas por moverse en sentido contrario pero nadie le respondió, todos
estaban mirando sus pantallas.
Lo llevaron a una sala grande,
llena de pantallas similares a las que estaban por todo el pueblo, le leyeron
no supo qué cosa y sin preguntarle nada más lo llevaron a una habitación con
pantallas en vez de paredes.
No supo el tiempo estuvo allí,
pero cuando lo liberaron solo se le ocurrió correr para llegar a su nave. Se
introdujo en ella, encendió los motores y se olvidó de la primera regla
aprendida en la escuela, que consistía en no molestar a los humanos. El ruido
de los motores y el reflejo intenso de los rayos solares sobre la nave eran su
venganza al pasearse por la ciudad.
En los cuarenta minutos que
deambuló por la ciudad las pantallas mostraban lo mismo que había visto el
primer y cada uno de los días que estuvo encerrado. Entonces gritó dentro de su
nave que jamás regresaría a La Tierra, al menos mientras existieran aquellas
pantallas.
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