Si se trata de los contenidos de clase muy poco o nada, esa es mi respuesta y aquí
puede parecer que se acaba el artículo, pero recién comienza. El inicio de este comentario tiene que
ver con el hijo de cuatro años de un amigo, que unos meses atrás y en una
visita a su casa, me atropelló a preguntas de todo tipo, que siempre terminaban
con un por qué.
Todos pasamos por esa fase, la curiosidad de
conocer las razones de lo que nos rodea es amplia. Para el niño no hay
límites, su curiosidad es inagotable y lamentablemente regulada por los
mayores.
En la casa no todas las preguntas tienen
respuestas, algunas ni siquiera son preguntadas y otras quedaron en el deseo de
hacerlas. ¿Y en la escuela? La respuesta es obvia, tenemos que cumplir el
programa de la asignatura, ajustarnos a los tiempos, tomar los exámenes, responder
los cuestionamientos de los padres y recibir las críticas permanentes.
En la escuela el ensayo y error es poco permitido,
para eso está el profesor hacedor de la verdad, lo que dice y hace
es poco probable que un alumno pueda cuestionarlo, ni siquiera por curiosidad,
menos por rebeldía. Si ese estudiante hace algo que no es lo habitual el
profesor sospecha de su actitud y es capaz de reprobarlo y criticarlo. Mi
esposa me comentaba del mal recuerdo de una profesora, que le rechazó sus fichas
de un libro, por el solo hecho de ser correctas. La respuesta de la maestra,
ante su reclamo fue cortante: no te creo, no lo hiciste.
Una alumna de posgrado recordó cuando se le
ocurrió preguntarle a la maestra de historia, el lugar dónde Cristóbal Colón
estaba enterrado y la maestra molesta por no tener la menor idea de la
respuesta la ofendió tanto, que hasta hoy, con más de 20 años de vida profesional
le cuesta trabajo hacer preguntas en público.
Ese tipo de profesores siguen existiendo y
seguirán transitando por los pasillos de las escuelas, aun cuando se diga lo
contrario, es un mal que no tiene aspirina para su cura.
Y en la universidad?
Caricatura del DrC. Fernando Perera |
En la universidad pasa algo
similar, por no decir igual, la curiosidad de los estudiantes la liquidamos rápidamente con una
frase lapidaria: no hay tiempo.
Estamos llenando las aulas de pizarras
digitales, dotamos a los profesores de computadoras, extendemos la red Wifi a
todo el recinto universitario, pero la curiosidad está en el mejor de
los casos dormida, pero muerta en muchos.
El ensayo y error tan necesario para el
desarrollo profesional está desterrado de la universidad, si cometes un error
no hay tiempo para que lo enmiendes, es un error y sigue siendo un error.
Propongo que meditemos sobre la curiosidad de
nuestros estudiantes, como el hijo de mi amigo que en treinta minutos me hizo
más de diez preguntas, pidamos a nuestros estudiantes que pregunten, que no se
limiten a preguntar. Si no lo sé lo indago, lo buscamos entre todos, pero no
liquidemos la curiosidad.
Propongo que mejoremos nuestros exámenes,
donde la prueba y el error sea un parámetro valido, que mueva el conocimiento
del estudiante a otro nivel, que despierte su curiosidad.
Propongo por último que practiquemos el arte
de pensar, de reflexionar sobre la curiosidad, sobre la pregunta, sobre el
ensayo y el error y en especial en nuestra forma de estimular la curiosidad.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarComparto su comentario Estimado Profesor, y me quedo con faces como:
ResponderEliminar1.- Para el niño no hay límites, su curiosidad es inagotable y lamentablemente regulada por los mayores.
2.- En la universidad pasa algo similar, por no decir igual, la curiosidad de los estudiantes la liquidamos rápidamente con una frase lapidaria: no hay tiempo.
Saludos
Que cierto es ek estabkecer limites a la imaginación de los querubines pir el silo hecho de creer lo mejor para ellos. Creo que esto nos ocurre a diario y reaccionamos más por cistumbre que por razón
ResponderEliminar