El
décimo día del mes Diosdado se levantó media hora más tarde de lo habitual, su
esposa le había pasado su brazo izquierdo para retenerlo en la cama, tal vez
intuyendo que algo le sucedería a su marido en el camino al trabajo.
Diosdado
pensó que era una muestra de cariño y que a pesar del calor ella lo prefería
abrazar. Como todas las mañanas repitió el mismo ritual, cepillarse los
dientes, lavarse la cara, afeitarse y en el mayor silencio sólo con la luz del baño
prendida y la puerta entreabierta seleccionó la ropa y se vistió rápidamente.
Salió
del cuarto casi en silencio para no despertar a su esposa que suponía lo peor
para su marido. Apenas desayunó y salió apresurado a tomar el ómnibus
que lo llevaría a su trabajo. Dobló en la primera esquina de la calle donde vivía y en la avenida esperó pocos minutos para
abordar el ómnibus. Le extrañó que tuviera varios asientos vacíos, por lo que podía
sentarse en el lugar que más le gustaba, dos asientos detrás del conductor, al
lado izquierdo del vehículo.
Mientras
pagaba el pasaje miró algunos de los pasajeros, varios de ellos habituales.
Estaba el señor de las gafas oscuras, el que vestía de panadero, el que siempre
estaba durmiendo, la señora gruesa que ocupaba casi dos asientos y la muchacha
con sus permanentes audífonos y sus movimientos de cabeza al ritmo de la
música.
Diosdado
se sentó en su asiento preferido, no tenía acompañante, daba al pasillo y la
ventanilla se abría hacia atrás. En la parada siguiente subió una mujer con
varias bolsas de compras del mercado que delataban el penetrante olor a
cebollas, lo que aprovechó Diosdado para abrir más su ventanilla.
El
señor que siempre estaba durmiendo cruzó sus brazos para protegerse de la
ráfaga de aire que le llegaba directamente de la ventanilla que Diosdado tenía
totalmente abierta.
El
ómnibus se detuvo nuevamente para recoger a un pasajero que llevaba una
guitarra con su estuche y se sentó delante de Diosdado. El chofer como era costumbre
aceleró, cambió de carril, pasó delante de otros ómnibus en su afán de sobre
cumplir la renta diaria. Diosdado se aferró con su mano derecha al borde de la
ventanilla acción muy habitual para él, ya que pensaba que de ese modo su brazo
actuaría como un cinturón de seguridad ante los eventuales acelerones.
El
chófer del ómnibus en su carrera desenfrenada por pasar a uno de sus colegas
hizo uno giro brusco a la izquierda y para no atropellar a un peatón frenó
bruscamente.
El
violento frenazo cumpliendo con la primera ley de Newton obligó a todos los
pasajeros a moverse bruscamente hacía delante y también el vidrio de la
ventanilla donde Diosdado tenía su mano derecha aferrada.
Con el
brusco frenazo el señor que siempre dormía se golpeó con el asiento de Diosdado,
la señora de las bolsas no pudo impedir que sus olorosas cebollas y sus duras
papas se desparramaran por el piso del ómnibus. La joven de los audífonos
perdió su celular mientras que la señora gruesa se levantó de su asiento más
rápidamente que cuando debía bajarse en su parada.
Los
demás pasajeros trataban de recuperarse de los golpes, el panadero y el de las
gafas oscuras querían salir del ómnibus pasando por encima de los que aún
estaba en el piso pero con la limitante que la puerta estaba bloqueada por un
asiento que se desprendió de su lugar. Mientras tanto los choferes de los otros
ómnibus desesperados por pasar delante de su compañero tocaban permanentemente
sus estrepitosas bocinas concierto al que se unían los taxistas y los vehículos
particulares que acabaron por despertar a las palomas que dormitaban en los
árboles de la plaza y un par de borrachos que pasaban su curda en un portal
cercano.
El
chófer del ómnibus sin importar el caos dentro de su vehículo intentó ponerlo
en marcha, mientras respondía a los insultos del peatón casi atropellado, haciendo
caso omiso al escándalo de sus pasajeros y al creciente concierto de las
bocinas estrepitosas. Una vez puesto en marcha un policía que observaba todo el
espectáculo desde la esquina, corrió presuroso y obligó al chofer a moverlo hacia
la acera derecha.
Mientras
tanto la señora gruesa gritaba toda una enciclopedia de improperios al chófer,
la chica de los audífonos se arrastraba por el pasillo localizando su celular,
la señora de las bolsas pedía a gritos que no pisarán sus cebollas, el señor de
la guitarra trataba de sacar el asiento que impedía abrir la puerta y Diosdado
se ponía cada vez más pálido.
Con el
frenazo la ventanilla que se abría hacia atrás se deslizó con tanta fuerza
sobre la mano derecha de Diosdado que la primera falange del dedo índice de su mano
pendía de un pequeño pedazo de piel. La sangre que brotaba de su dedo casi
cercenado corría por la mano cayendo sobre su ropa.
Con el
vehículo detenido y la puerta liberada, los pasajeros comenzaron a salir desesperadamente.
Primero lo hizo el señor de la guitarra, después varios de los que andaban por
el piso llenándose de olor a cebollas, mientras la señora de las cebollas
trataba de rellenar nuevamente sus vacías bolsas.
La señora gruesa en su
desesperación por salir del ómnibus empujó a la chica de los audífonos que acababa
de encontrar su celular. Con el empujón cayó sobre el señor que siempre estaba
dormido y este, pasajero vecino de Diosdado lo empujó de tal modo que su
falange colgante terminó por caer al piso.
Fue
entonces cuando la señora gruesa, liberado el espacio para salir del ómnibus
descubrió la sangre de Diosdado y para tan mala suerte, la impresión hizo que
se desmayara sobre la señora de las bolsas. La algarabía de los restantes
pasajeros fue creciendo a la misma medida que los curiosos, los carteristas de la zona,
los borrachos despiertos y los silbatos del policía.
-Levanten
a la gorda, gritaban los curiosos, mientras el chofer asomado por su ventanilla
seguía discutiendo con el peatón. Con el esfuerzo del señor de las gafas y un
fuerte empujón del panadero, lograron levantar a la señora gruesa que sin poder
hablar solo hacía señas hacia Diosdado que no escuchaba el escándalo y cada vez
su visión se hacía más borrosa.
Cuando
todos terminaron por salir del vehículo y las papas y cebollas estaban en sus bolsas,
el policía extrañado que Diosdado seguía sentado subió y al descubrir su mano
llena de sangre comenzó a gritar por un médico. Solo subieron los carteristas,
uno de los borrachos y un reportero de un canal local que le preguntó a
Diosdado si sentía dolor.
Media
hora más tarde y gracias a la insistencia del chofer para seguir su trabajo, el
policía llamó a una ambulancia que recogió a Diosdado y lo llevó a la mejor
clínica que conocían, una donde las mujeres daban a luz.
Le
cosieron la herida como era costumbre en los partos, lo vacunaron y lo
despacharon, no sin antes cobrar sus honorarios, medicinas y lo que no
hicieron. Diosdado llegó a su casa horas después del accidente, llamó a su
trabajo explicó lo sucedido y su jefe le dijo que volviera tan pronto se
restablezca.
Dos
días después Diosdado regresó a su trabajo, de
sus compañeros de oficina recibió varias palmadas en el hombro, su jefe le dijo que iniciarían una querella contra
el chofer del ómnibus mientras la secretaria de la oficina le regaló una mirada
de compasión.
Pasaron
los días y Diosdado se fue acostumbrando a no contar con parte de su dedo
índice, solo lo recordaba en el horario de entrada y salida de la oficina.
Llegó el día cinco del mes siguiente, día del pago y Diosdado al recibir su
salario comprobó que solamente le habían pagado los nueve primeros días.
Fue a
la oficina de su jefe, pidió permiso a la secretaria de la mirada compasiva y le
preguntó por la disminución de su salario. Este consultó la planilla elaborada
en Excell, llena de colores como le gustaba y le respondió a Diosdado.
-Desde el 10 de este mes el control biométrico
indica que no asistes al trabajo, nunca pusiste tu dedo índice en este control
y sabes que es la única evidencia que tenemos de la asistencia.
Diosdado
se quedó quieto, mientras el jefe le seguía comentando de sus faltas y la
secretaria entraba con un papel en la mano.
Muy bueno, si todo el mundo retratara esa realidad, que parece surreal, como has hecho magistramente en tu escrito, tal vez las cosas serían un "tin" mejor. En pocas líneas has sintetizado un momento de la vida cotidiana, la indoencia y el poco o ningun respeto por los demás. Eso de los demás buses tratando de pasar sin importar qué ocuurió es una triste muestra de nuestra inhumana realidad que espero sigas describiendo.
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