En una Isla bien conocida el Estado
revolucionario nacionalizó todos los negocios privados, desde la banca y la
industria hasta el productor artesanal de colgadores de ropa. Mario el
lustrabotas, se sintió agradecido, recibiría todos los meses un salario justo,
gracias a que la riqueza se distribuía entre todos.
Diego, a punto de graduarse de médico, gritó de
alegría cuando supo que no le debía pagar más la renta mensual a la señora
Dora, el mini apartamento que le alquilaba pasó a manos del Estado. Era una medida necesaria, aquellos que más
poseían debían compartirlo con los que menos tenían, para acabar con la
desigualdad.
Pasaron los meses y un día de noviembre, cuando
llegaba un frente frío a la Isla, Mario el lustrabotas dirigió sus pasos a la
cafetería de Manuel, también nacionalizada, para tomar el primer café de la
mañana. Se sorprendió cuando vio al gallego Manuel con sus brazos sobre el
mostrador y la cafetera vacía.
No hay café— dijo Manuel, el camión que debía
traerlo no funciona y no hay otro.
Mario prosiguió su camino y se dio cuenta que era
la primera vez que Manuel no tenía café. Será otro día se respondió a sí mismo
y siguió hacia su empresa estatal de limpieza de calzados.
Allí, como de costumbre, era el primero en
llegar, abría las puertas, se sentaba sobre su sillón de lustrabotas y cuando
algún transeúnte ingresaba le decía:
No tenemos betún (pasta para limpiar el
calzado) tal vez la próxima semana la Empresa central pueda enviarla.
Así pasaba el tiempo, Mario leía el periódico,
alguna vieja revista y se sentía feliz, su salario llegaba siempre puntual y
justo.
Meses después la Empresa de limpieza de
calzados tuvo que cerrar, los insumos nunca llegaron y Mario, con su salario
siempre a tiempo, pasó a otro trabajo. Esta vez era administrador de una tienda
de venta de calzados. Qué mayor orgullo para un lustrabotas que administrar los
recursos del Estado, en la tienda que una vez fue de un señor extranjero. Durante
años administró la tienda y como en su anterior empresa, había días que se
sentaba a leer el periódico, mientras que los zapatos llegaban cada vez en
menor cantidad, hasta que vino el cierre y fue trasladado a otro trabajo.
Su nuevo puesto era diferente, ahora
administraba un local nocturno, donde todas las noches cantantes de escasa voz
y bailarinas sin ritmo deleitaban a los que escapaban del calor de sus casas o
a los que aprovechaban la baja iluminación del local para encontrarse con
amores clandestinos.
Mario aprendió que el alcohol podía mezclarse
con agua, que la botella de ron duplicaba su valor con solo cambiarla de envase
y que a la hora de cobrar podía deslizar varios números de más. Al fin era solo
el administrador, el dueño era el Estado. Con los meses y gracias a la riqueza
extra, Mario logró reparar el techo de su casa, comprar ropa para sus hijos en
el mercado en divisas y hasta soñó con comprar un viejo carro norteamericano.
Pero fue su esposa quien lo detuvo y le dijo
que era mejor invertir ese dinero en otra cosa más productiva. Mario tomó la
decisión de redoblar sus ganancias, pero para ello debía repartir las riquezas
obtenidas. Al portero le dejaba una parte, a los mozos que atendían las mesas
le permitía quedarse con la propina y a los inspectores que cada mes pasaban
por el establecimiento estatal, siempre les tenía un pequeño regalo.
Con la riqueza de los otros, Mario decidió
salir de su Isla, al fin volaría en un avión a otro país. Llevaba en sus
bolsillos una buena suma de dinero, más de mil veces su salario estatal. Llegó
a un país sudamericano y lo primero que hizo fue alquilar una casa de dos
plantas y cuatro dormitorios, comprar un carro norteamericano con aire
acondicionado y llamar todas las semanas a su esposa e hijos.
Después del primer mes, disfrutando de sus
riquezas, decidió que era hora de buscar un trabajo. Con sus habilidades, pensó
que en un bar podía empezar. Gracias a un curso gratuito que recibió del Estado
aprendió a preparar los más sofisticados tragos. Sin grandes dificultades
encontró su primer trabajo como barman. El salario, aunque más alto que lo que recibía
del Estado en su Isla, no le alcanzaba para mucho en el nuevo país. Pero eso no
le preocupó, sabía ganarse la vida engañando a los demás.
Al cabo de su primera semana le dolían las
manos de apretar limones, de destapar botellas y latas de cerveza, de verter
hielo y de lavar vasos y ceniceros. No había podido agregar más agua a un
trago, tampoco adulterar las botellas como antes hacía y mucho menos apropiarse
de un centavo de la caja registradora. El dueño, que era de carne y hueso,
siempre estaba al tanto de la atención y por supuesto del trabajo de su nuevo
barman.
Mario decidió que era hora de actuar y una
noche cambió el contenido de una botella de ron y la verdadera se la llevó a su
casa. La vendería para empezar de nuevo su ciclo de riqueza.
Fue un día de calor abrasador cuando en un
fregadero de autos encontré a Mario. Lo escuché hablar y lo identifiqué por su
acento, que no había perdido. Era un hombre de 65 años, fornido, casi calvo,
sus manos no lograban sostener el paño con el que secaba los autos. Me contó
rápidamente su historia, ahora vivía en el fregadero, en un cuarto de paredes
de madera, no pudo regresar a su Isla, pues perdió sus derechos de ciudadano,
pero tampoco tenía el dinero necesario para regresar. Su esposa e hijos seguían
en la Isla, pero pocas veces hablaba con ellos.
No se sentía feliz, tampoco tenía el salario
permanente, pero eso si conservaba un tesoro, la botella de ron que nunca
vendió.
Dr Bravo, los países líderes en lo económico son aquellos cuyos sistemas políticos, sociales y económicos maximizan la innovación individual y colectiva.
ResponderEliminarUn país que busca desarrollarse aislándose en sí mismo, probablemente se quedará a la zaga del desarrollo. Las historias de gran éxito económico nacional de los últimos diez años -Japón, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur- se basaron en la capitalización del crecimiento del comercio mundial. En las próximas décadas, la explotación plena del potencial del mercado mundial será una condición para mantener la prosperidad nacional.
Lamentablemente la historia que usted cuenta se ira repitiendo en muchos países que intentan desarrollarse en sí mismo….