jueves, 22 de septiembre de 2011

La educación, el humo y el guiñador.


El título del comentario puede parecer confuso y sugerir que ninguno de los tres elementos tiene relación. Sin embargo es todo lo contrario.

Por lo general las personas asocian directamente la educación a la escuela y a la vida en sociedad. Como comenté anteriormente, tienen razón, pero la educación es mucho más.  

Vivimos en sociedad, nos desarrollamos en la sociedad, copiamos de la sociedad lo bueno y lo malo, defendemos nuestro derecho a vivir en la sociedad, pero muchas veces queremos imponer nuestro criterio o gusto al criterio social.

Escuchamos la música del vecino a todo volumen a modo de mostrarnos el poderío de su equipo de audio, en el ómnibus vemos personas jóvenes que siguen sentados mientras mujeres y ancianos viajan como equilibristas a merced de los esquivos movimientos de los conductores. Nos despertamos escuchando las bocinas estridentes de taxis, ómnibus y chóferes particulares que desean volar por encima del tránsito caótico de la Ciudad. 

Apreciamos las paredes pintarrajeadas por grupos marginales y miramos sin pavor los pasillos de nuestra Facultad convertidos en gigantescos murales donde colocan carteles con pésima redacción y peor ortografía. 

Es una tradición que entre agosto y octubre nos llenemos de humo, procedente de los campos quemados por sus propietarios, para ellos es solo su interés el único que prima. No importa el enorme daño que causan a todos los cruceños, tampoco a la propia tierra. En las escuelas sus hijos reciben materias vinculadas al cuidado del medio ambiente, existen leyes que amparan y protegen la Tierra, sin embargo son para los otros.

La educación no es un problema de uno solo, es de todos, cuando se quema la tierra para que brote nuevo pasto, se daña tanto al medio ambiente, como a la educación en su conjunto. No vivimos aislados, vivimos en grupos sociales, lo que nos permitió desde hace muchos siglos abandonar las cavernas y construir nuestras ciudades.

Pero no solo el humo acaba con nuestra vida, cada día aumentan los accidentes del tránsito, casi siempre provocados por la imprudencia, la negligencia y en especial la poca educación vial de todos. Antes de escribir este trabajo me detuve en una de las intersecciones más conflictivas de la Ciudad. En media hora que estuve allí, verifiqué que de cada diez vehículos que giraban a la izquierda o la derecha, solo uno indicaba con el guiñador, o intermitente trasero, que giraría. Para el resto de los conductores al parecer no existe esa señal.

Más de uno giró sin esperar el cambio de color en el semáforo y casi todos los motociclistas adelantaron imprudentemente a otros conductores, incluso varios de ellos, tomaron las aceras por la calle, sorteando como toreros a los peatones que caminaban o esperaban los ómnibus. 

Aun con la luz roja en el semáforo, las bocinas de micros y taxistas eran ensordecedoras, como sí los semáforos tuvieran micrófonos sensibles a sus reclamos de tiempo. En esta Ciudad el cambio del semáforo se define por el ruido in crescendo de las bocinas que apresuran a los que están delante para obligarlos a adelantar sin el cambio de luz.

Ese atentado a todos no se aprende en la escuela, es casi seguro que pocos padres les dicen a sus hijos que quemen la tierra, que se suban con sus motos a las aceras, que pinten las paredes de la Ciudad, que no le cedan el asiento a los más necesitados, o que pongan el volumen de su radio a lo máximo. Entonces por qué sucede, dónde se aprende.

Los jóvenes van a la escuela para aprender a convivir, sin embargo la sociedad muestra otra cara diferente. No es culpa de la escuela, tampoco de los maestros. Todos somos culpables.

Pongamos cada uno de nuestra parte, somos nosotros los únicos que podemos sacar adelante la sociedad, no hay que esperar por nadie externo, tampoco un milagro. Echar la culpa a los maestros es solo ofender esta noble labor. La educación es un “acto de infinito amor” pero de amor colectivo. 

3 comentarios:

  1. Me alegra que toque este tema, ¿a quién le compete formar buenos ciudadanos?, creo que nos compete a todos, a la familia, al estado, a los municipios, a los profesores y por supuesto, que a cada ciudadano también le compete autoformarse y autoevaluarse.
    El otro día vi como un estudiante de la facultad modificaba su ruta, sólo para encender el interruptor de las luces de las escaleras (medio día y dicho sea de paso, con mucho sol). Será que el problema no va sólo por hacer las cosas bien, sino que tampoco podemos respetar que las cosas estén como deberían estar?
    Tal vez los profesores tengamos que recordar de vez en cuando en el aula, algunas cuestiones que (quizás por la edad de nuestros estudiantes) damos por sentado que ya se aprendieron, las materias no son lo único en lo que debemos trabajar.

    ResponderEliminar
  2. La formación de buenos ciudadanos es tarea de todos, puedes ver cómo en un país reprimen a unas personas y otras que hacen lo mismo, no son reprimidas, eso es un mal ejemplo en la formación de valores, demuestra tolerancia para unos y no para todos.
    Tampoco es un problema asociado a los profesores solamente es de toda la sociedad. No se cuál es la receta y sí la hay, parece que ahora es muy difícil que exista...

    ResponderEliminar
  3. Michele
    La educación es una tarea de todos, los padres reclaman a la escuela y los maestros reclamamos a los padres, es un círculo permanente.
    Por eso creo que todos somos responsables, sí cada uno desde su posición insiste en lo que le corresponde estamos ganando la batalla.

    ResponderEliminar