Con Mercedes Leticia Sánchez Ambriz
¿Te quieres reír un poco? No dejes de escuchar este pódcast
Un
día llueve torrencialmente y los canales de drenaje, que se limpian con las
lluvias, arrastran las inmundicias de todos inundando la ciudad. Solución: clases
virtuales.
Otro día los choferes
deciden parar sus actividades: solución clases virtuales.
La universidad es recinto
de votación, clases virtuales antes y después de la votación. Solo falta que
caiga un meteorito para que las clases sean virtuales, no por el daño
ocasionado, sino para dejar que estudiantes y profesores puedan apreciar esta
obra maestra del cosmos, aunque sea del tamaño de una pelota de tenis.
En las clases virtuales convive
toda una categoría de participantes. El líbero que, al igual que en el vóley,
entra y sale del partido, estos estudiantes se caracterizan por sus permanentes
salidas de la “clase virtual” y entradas rato después. Los ocultos, aquellos
que no prenden su cámara porque no funcionan, según dicen, pero al día
siguiente envían en WhatsApp diez imágenes con un sol radiante que al parecer
hizo despertar a la cámara.
Otro grupo son los
tímidos: licen, mil disculpas, no estoy en las mejores condiciones para mostrarme,
como si se tratara de un concurso de rostros. También están los preciosistas:
licen la verdad, le digo, mi habitación está muy desorganizada, me apena
mostrarla. Está el presente ausente: licen tuve que ir a recoger a mi hermanita
en su colegio, llego y me conecto. Nunca llega, (no sabemos si a recoger a la
hermanita o la clase que no es clase).
Otro rasgo inconfundible
son lo que juegan al piloto automático, llegan, se conectan y conectan al
piloto. Mencionas sus nombres repetidamente y no responden, cierras la sala y
siguen conectados.
Las “clases virtuales” son
sesiones de espiritismo, modernas y digitales. Te pasas la “clase”: Juan, estas ahí,
María no te veo, Pedro acaba de mostrarte. Otro tipo de estudiante es el
repetidor. Empieza a decir:, me escuchan, por favor, que alguien me diga si me
escucha, no me escuchan, pero lo hace a tal rapidez que no escucha la respuesta
de los demás. Está el que levanta la mano para preguntar y después su micrófono
no funciona, eso dice él.
Otro punto de estas “clases
virtuales” es la soledad del profesor. Estás hablando frente a la pantalla de tu
computadora y no ves a nadie, eres una especie de “loco” que habla frente a la
pantalla, con el síndrome de la locura digital.
Los profesores, además de
todas las tareas extras, debemos revisar el parte del tiempo cada día, y esperar
que los pronosticadores no se equivoquen. Debemos prever los paros de los
transportistas, y hasta a ser adivinos. Tenemos que adivinar cuándo las autoridades
dirán que la clase (que no es clase) será virtual.
Pero la clase, implica organización,
nunca improvisación. Nos pasamos el tiempo repitiendo consignas pedagógicas de
que el estudiante debe ser el protagonista de su aprendizaje, de que hay que entregar
la programación de sus clases y de un rato para el otro la temida frase: las
clases serán virtuales. Entonces ese día habías preparado un taller o un
debate rostro a rostro y terminas cambiando la idea por otra más sencilla y
menos educativa, si es que lo logras.
Si tenías que discutir con base en un video, olvídate de que lo vas a mostrar y menos que lo van a ver, aunque
dure cinco minutos. Tampoco se te ocurra hacer búsquedas en cualquier
herramienta de IA; el internet está muy lento, la batería esta baja, mi señal
es débil, no me deja ingresar.
Pero si vas al diccionario
de la RAE te enteras de que virtual es aquello que tiene existencia aparente y
no real, es decir, eres aparente y no real. Hasta aquí algunas de mis experiencias
reales en la virtualidad, los dejo porque en diez minutos tengo una clase de
este tipo.
Muy cierto...esas son experiencias similares.
ResponderEliminartan vivencial y tan cierto
ResponderEliminarTal cual... Perdón...me voy a clase con fantasmas...
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