martes, 23 de diciembre de 2025

Mi primera Navidad en Cuba.

 

No dejen de escuchar el podcast, un relato de esta celebración

Tendría siete años cuando viví mi primera Navidad cubana. Recuerdo un auto norteamericano manejado por mi tío Pablo, de esos donde cabían muchas personas, en especial todo aquel grupo de primos, que después fui dejando de ver.

Mi primer recuerdo inicia cuando fuimos a recoger a mi padre en la peletería donde trabajaba, "La Cubana" una tienda de calzados con sus vitrinas repletas de todo tipo de zapatos, nacionales y extranjeros, de color negro, blanco y aquellos que combinaban los dos colores. Me gustaba el olor a calzado nuevo y, por supuesto, ver a mi papá trajinando con una caja de zapatos para llevarle a una dama, a un hombre o un niño que esperaba reposadamente por aquella prenda tan necesaria.

Aquel día, no recuerdo si un 23 o un 24 de diciembre, mi padre fue el último en subir a aquella nave familiar, donde con mis tíos, tías y primos pusimos rumbo a un pueblito casi en el centro de la isla. ¿A qué hora llegamos? No lo recuerdo, tampoco dónde nos quedamos a dormir, pero si cómo mis primos y otros primos de aquel lugar jugábamos corriendo de un lado al otro.

No recuerdo la cena de Navidad, pero mis únicos dos recuerdos son ver a mis tíos y a mi papá haciendo girar sobre carbón un palo que atravesaba un cerdo y el otro que los primos corríamos, jugábamos a los escondidos y a los policías y ladrones. A la mañana siguiente vi que los adultos desenterraron una garrafa de vidrio, que al destaparla llenó de un olor dulce con un toque alcohólico la sala donde estaba una mesa grande. Aquel preparado fue servido en vasos que solo los mayores probaban; el ambiente se llenó de risas, abrazos y de peticiones de los primos para que nos dejaran probar el elixir misterioso.

Supongo que ese día regresamos a La Habana, de nuevo con los tíos riendo y charlando de tantas cosas de la vida que no puedo recordar. El único recuerdo que tengo es que esa fue mi primera y última Navidad. Después, esa fecha fue borrada del calendario revolucionario cubano, convertidos en traidores los que la seguían haciendo y marginados por completo.

Hoy sé que no fue mi última Navidad, sino la última vez que la viví con inocencia, con abundancia de rostros y con la tranquilidad de no saber que algo podía perderse para siempre. Cuando la volvimos a retomar, nada fue igual; fueron mesas casi vacías, menos risas y pocas personas a las que abrazar.

Pero aquella primera vez sigue intacta, resistiendo al olvido y a los años, recordándome que hubo un momento en Cuba en el que la Navidad existió no como una fecha, sino como un abrazo colectivo que aún me acompaña, aunque ya no esté en el calendario.

 

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