En colaboración con Mercedes Leticia Sánchez Ambriz.
Si no tienes tiempo de leer, escucha el podcast con ejemplos interesantes.
Los cursos de verano forman parte de la historia de la educación superior y no constituyen una invención reciente ni tampoco una respuesta coyuntural. Su aparición y consolidación se relacionan con procesos estructurales de la universidad moderna, vinculados con la ampliación del acceso, la reorganización del tiempo académico y la necesidad de responder a demandas sociales y profesionales emergentes. Analizar los cursos de verano permite comprender cómo las universidades han gestionado la tensión entre tradición académica, flexibilidad curricular y sostenibilidad institucional.
El origen de los cursos
de verano se sitúa entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, en un
momento de expansión de la universidad moderna, sobre todo en Estados Unidos.
Instituciones como Harvard University, University of Chicago y Columbia University
comenzaron a ofrecer actividades académicas durante el periodo estival,
tradicionalmente considerado un tiempo muerto en la vida universitaria. Estas
primeras experiencias respondieron a razones convergentes. En el plano
académico, se buscó optimizar el uso de infraestructuras y del capital docente
disponible. En el plano social, el crecimiento de sectores medios urbanos y la
profesionalización del trabajo docente generaron una demanda sostenida de
formación continua. En el plano económico, los cursos de verano se configuraron
como una alternativa complementaria de financiamiento institucional.
Desde una perspectiva
histórica, los cursos de verano contribuyeron tempranamente a la
democratización del acceso a la educación superior. Permitieron la
participación de estudiantes trabajadores, docentes en ejercicio y
profesionales que no podían seguir trayectorias regulares durante el año
académico. De este modo, funcionaron como mecanismos de flexibilización
temporal del currículo y como dispositivos de apertura institucional.
A lo largo del siglo XX,
los cursos de verano dejaron de ser simples extensiones del currículo regular.
Su evolución se manifestó en la diversificación de formatos, contenidos y
públicos. De cursos intensivos centrados en clases magistrales, se transitó hacia
seminarios especializados, talleres prácticos, escuelas de verano y programas
modulares. Paralelamente, se amplió el perfil de los participantes,
incorporando estudiantes internacionales, investigadores en formación y
profesionales externos a la universidad.
En las últimas décadas,
la incorporación de modalidades híbridas y virtuales transformó de manera
sustantiva el concepto de curso de verano. El uso de plataformas digitales y
entornos virtuales de aprendizaje permitió superar barreras geográficas y temporales,
ampliando la cobertura y heterogeneidad de los participantes. Este proceso
redefinió el carácter estacional de los cursos, que pasaron a integrarse en
lógicas más amplias de aprendizaje permanente.
Algunas universidades
desarrollaron cursos de verano con alto reconocimiento académico y social. En
Europa, las escuelas de verano de la University of Oxford y la University of
Cambridge se consolidaron como espacios de formación en humanidades, ciencias
sociales y estudios interdisciplinarios, con fuerte presencia internacional. En
América del Norte, los programas de verano de Harvard University y Stanford
University articularon docencia, investigación temprana e innovación, con
enfoques pedagógicos activos y trabajo en grupos reducidos. En América Latina,
universidades como la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad
de Buenos Aires y la Universidad de Chile impulsaron escuelas de verano con
énfasis en extensión universitaria, formación docente y actualización
profesional, fortaleciendo la circulación regional del conocimiento.
Desde el punto de vista
institucional, los cursos de verano cumplen objetivos diversos. Una de sus
funciones es la nivelación académica para estudiantes que requieren reforzar
competencias o regularizar asignaturas. Actúan como espacios de actualización
profesional para egresados y profesionales en ejercicio. Funcionan también como
laboratorios pedagógicos donde se introducen contenidos emergentes,
metodologías innovadoras y enfoques interdisciplinarios que luego pueden
incorporarse al currículo regular. Además, favorecen procesos de
internacionalización mediante experiencias académicas de corta duración y
fortalecen la vinculación universidad sociedad al abordar problemáticas del
entorno social, cultural y productivo. En la UAGRM, estos cursos solo funcionan
como el primer tipo, es decir la nivelación académica de estudiantes que reprobaron
la materia. Con esto se pierde gran parte de la utilidad de estos cursos que
deberían abrirse a la población y a otros estudiantes.
A nivel internacional los
cursos de verano se clasifican de diferentes maneras. Están los de nivelación,
profundización disciplinar, actualización profesional y exploración vocacional.
Se desarrollan en todas las áreas del conocimiento y se dirigen a estudiantes
regulares, egresados, docentes, profesionales externos y público general.
Algunos se integran formalmente a los planes de estudio con reconocimiento de
créditos, mientras otros otorgan certificaciones institucionales o, en
contextos recientes, microcredenciales asociadas a competencias específicas.
Junto a sus aportes, los
cursos de verano generan preocupaciones en el sistema universitario. La
flexibilización curricular y la innovación pedagógica conviven con riesgos de
mercantilización cuando la oferta se orienta prioritariamente a la generación
de ingresos. También aparecen problemas relacionados con la sobrecarga
académica de docentes y estudiantes, así como con el aseguramiento de la
calidad en contextos de alta intensidad temporal y evaluación acelerada de
aprendizajes.
En el escenario actual,
los cursos de verano se inscriben en procesos de digitalización y
transformación pedagógica. La integración de entornos virtuales, recursos
educativos abiertos y sistemas de gestión del aprendizaje amplió sus
posibilidades formativas. Se observa, además, una creciente incorporación de
inteligencia artificial como apoyo a la tutoría, la evaluación formativa y la
personalización del aprendizaje, junto con una mayor articulación con
microcredenciales y sistemas de reconocimiento de competencias transferibles.
En conclusión
Los cursos de verano no
deben entenderse como ofertas marginales ni como simples soluciones
administrativas. Su trayectoria histórica muestra que han sido espacios
estratégicos de apertura, innovación y adaptación universitaria. El desafío
actual consiste en integrarlos de manera coherente a los proyectos académicos
institucionales, garantizando calidad, pertinencia y sentido formativo. En ese
equilibrio se juega su potencial como nodos del aprendizaje a lo largo de la
vida y como escenarios donde la universidad ensaya, evalúa y redefine su papel
en contextos sociales en permanente transformación.
Referencias bibliográficas
Harvard University. 2023. Harvard Summer School. https://summer.harvard.edu
Oxford University. 2023. Oxford Summer Courses. https://www.oxfordsummercourses.com
Rüegg, W. ed. 2004. A history of the university in Europe. Volume III Universities in the nineteenth and early twentieth centuries. Cambridge University Press. Scott, P. 2015.
The global transformation of higher
education. Johns Hopkins University Press. UNESCO. 2020. Educación superior y
aprendizaje a lo largo de la vida. UNESCO Publishing.
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