La lámpara de Aladino y la inteligencia artificial en la educación
Creado en Gemini |
En colaboración con Mercedes Leticia Sánchez Ambriz
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En conversación con mi
colega Mercedes Leticia, con la que vengo escribiendo desde meses atrás en este
blog, surgió la idea de crear un símil entre la IA y la lámpara de Aladino. Esta
historia ha capturado la imaginación de grandes y chicos. Un objeto
aparentemente simple, que al ser frotado libera a un genio capaz de conceder
deseos, se convierte en una metáfora poderosa para pensar el presente. Hoy, en
pleno siglo XXI, los estudiantes y profesores tienen en sus manos una lámpara
muy particular: la inteligencia artificial.
La lámpara es la IA; por sí sola, es inerte. No ilumina, no cambia
nada, no transforma el mundo hasta que alguien decide frotarla. Así ocurre con
la inteligencia artificial: las plataformas y herramientas están disponibles,
pero su poder se despliega únicamente cuando un usuario se acerca a ellas y les
formula una pregunta o una tarea. La IA no es mágica, aunque puede hacer
magia, pero ella por sí sola no lo hace.
El genio es el motor, representa al sistema de inteligencia
artificial: puede responder a una gran variedad de deseos, preguntas y
necesidades. Como motor de la IA, requiere ser encendido. Sin embargo, igual
que en los cuentos, no siempre lo hace de la manera que uno espera. Una
petición poco clara puede derivar en resultados confusos o irrelevantes,
mientras que una instrucción precisa logra que la respuesta sea más cercana a
lo que buscamos.
El acto de frotar la
lámpara equivale a interactuar con la IA mediante preguntas o prompts. La
calidad de la respuesta depende directamente de la calidad de la pregunta. Un
“frotado” descuidado —una pregunta vaga o superficial— produce resultados
pobres. En cambio, un frotado consciente —una pregunta clara, contextualizada y
bien formulada— abre la puerta a respuestas más útiles y profundas. Aquí se
encuentra una lección crucial para la educación: enseñar a preguntar es tan
valioso como enseñar a responder.
El dueño de la
lámpara: estudiantes y profesores
El verdadero poder nunca
ha estado en la lámpara ni en el genio, sino en quien los posee. En este caso,
el poder está en los estudiantes y en los profesores.
- El estudiante que sabe qué preguntar y cómo
aprovechar la respuesta de la IA puede enriquecer su aprendizaje.
- El profesor que combina su experiencia
pedagógica con la asistencia de la IA puede diseñar clases más creativas,
inclusivas y adaptadas a la diversidad de sus estudiantes.
- Sin pensamiento crítico, el dueño puede
terminar atrapado por los deseos mal formulados, delegando su propia
capacidad de aprender o enseñar.
El riesgo de los
deseos mal pedidos
En los relatos, un deseo
mal expresado podía convertirse en una pesadilla. En la educación, sucede lo
mismo:
- Si un estudiante pide a la IA que le “haga la
tarea”, tal vez obtenga un producto correcto, pero perderá la oportunidad
de aprender.
- Si un profesor recurre a la IA para llenar de
diapositivas su clase, sin un propósito pedagógico, obtendrá una enseñanza
vacía y sin impacto.
Una enseñanza para
nuestro tiempo
La metáfora es clara: la
inteligencia artificial no es el genio todopoderoso que sustituye al dueño de
la lámpara. Es una herramienta que amplifica la inteligencia de quienes
saben usarla con cuidado, ética y visión crítica.
En manos de estudiantes
curiosos y profesores comprometidos, la IA puede convertirse en una aliada para
abrir caminos de conocimiento y creatividad. Pero, como en los cuentos, el
secreto no está en la lámpara ni en el genio, está en la sabiduría de quien
sabe qué desear y cómo pedirlo.
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