En colaboración con Mercedes Leticia Sáncez Ambriz
No dejes de escuchar el pódcast, con ejemplos que ilustran el artículo.
Tres
meses atrás, nuestro amigo Manuel Acosta, después de leer el trabajo donde relacionamos
Don
Quijote, Sancho y los molinos de viento con la IA, sugirió que hiciéramos
un símil con El principito y la IA. Después de leer nuevamente la obra de
Saint-Exupéry, hacer un resumen detallado con ChatGPT y un mapa mental con Notebook,
empezamos a escribir este trabajo.
En este blog hemos
mostrado en numerosos trabajos que la presencia de la inteligencia artificial
en la educación superior ha abierto nuevos escenarios para el aprendizaje, la
investigación y la creación de conocimientos. La posibilidad de dialogar con
modelos capaces de generar textos, resolver problemas o proponer ideas plantea
un desafío que va más allá de la técnica. El estudiante puede limitarse a
recibir respuestas o puede convertir la IA en un espacio para pensar de manera
más profunda.
En este contexto, la
lectura de El principito adquiere una nueva vigencia. La obra muestra la
tensión entre mirar con ojos de niño o repetir lo que otros dicen, una tensión
que hoy reaparece en la relación entre docentes, estudiantes e inteligencia
artificial. Explorar este vínculo permite comprender cómo la literatura puede
servir como mediación para fortalecer el juicio crítico y la capacidad de
formular preguntas significativas antes de interactuar con la tecnología.
Los planetas por los
que viaja El principito y los riesgos del uso superficial de la IA-
Los personajes que
encuentra El principito representan modos de pensar que también aparecen en la
manera en que muchos usuarios se relacionan con las herramientas de IA. El rey
que cree mandar a todo recuerda al estudiante que atribuye a la IA una
autoridad absoluta. Espera que la tecnología decida por él y confía en que cada
respuesta es correcta, sin analizar las estructuras de razonamiento que la
sostienen.
La figura del vanidoso
refleja la tentación de usar la IA para obtener textos pulidos que generen una
buena impresión, aunque no exista comprensión real del contenido. El bebedor,
atrapado en un ciclo que no logra explicar, simboliza la repetición mecánica
del pedir respuestas solo por inercia. El hombre de negocios, obsesionado con
acumular números sin comprender su sentido, se asemeja a quienes copian
resultados generados por la IA sin evaluar su pertinencia. Cada uno de estos
personajes muestra un riesgo pedagógico: el estudiante que delega su
pensamiento en la herramienta pierde la oportunidad de construir significado
propio, mientras que el docente queda sin bases para evaluar la comprensión
profunda.
El zorro y la
pedagogía del diálogo mediado con IA.
La conversación entre El principito
y el zorro permite articular una visión más constructiva del aprendizaje con
IA. Domesticar significa crear vínculo, conocer el ritmo del otro y establecer
un proceso de atención compartida que transforma al que aprende. La pedagogía
basada en la mediación parte de esta premisa: el conocimiento no se transfiere
mecánicamente, se construye a través del diálogo y de la conciencia sobre lo
que se pregunta. Cuando el estudiante formula preguntas que avanzan desde lo
descriptivo hacia la interpretación, se aproxima al sentido que buscaba El principito
al observar una flor, un atardecer o un gesto. Lo importante no es el resultado
que arroja la IA, sino el proceso del diálogo mediado que sigue el estudiante
para domesticar la IA. En este entorno, la IA no sustituye al docente, sino que
se convierte en un artefacto cultural que reorganiza la actividad intelectual
del estudiante.
El compromiso del
profesor es guiar la calidad de las preguntas, acompañar la verificación de las
respuestas y ayudar a distinguir entre comprensión genuina y apariencia de
claridad. El Principito aprende que cuidar una rosa implica responsabilidad. El
trabajo con IA comparte esta lógica ética: se debe cuidar la información que se
utiliza, respetar la integridad académica y comprender que detrás de cada
resultado existe un proceso que requiere interpretación. Es aquí donde cobra
vida la frase más conocida de la obra: “lo esencial es invisible a los ojos”.
La IA trabaja sobre
señales visibles: datos, patrones, texto, imagen. Pero lo esencial del
aprendizaje humano pertenece al plano no visible: intención, ética, juicio,
sentido. Por eso, la IA no sustituye el vínculo educativo: complementa,
amplifica o media, pero no reemplaza lo que se construye entre personas. Desde
esta perspectiva, la frase invita a una lectura crítica de la IA: no basta con
ver lo que produce; hay que comprender la manera en que transforma procesos
internos del estudiante.
De regreso al asteroide B
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Leer El principito para
pensar la inteligencia artificial permite recordar que el aprendizaje no es un
acto mecánico, sino una práctica reflexiva orientada por la curiosidad y la
capacidad de cuestionar. La obra enseña que ver más allá de lo evidente
requiere una actitud que la tecnología por sí sola no puede proporcionar. En el
aula universitaria, donde la IA forma parte del entorno cotidiano, este mensaje
se vuelve indispensable. Los docentes necesitan promover un diálogo crítico que
ayude a los estudiantes a usar la IA como una herramienta para comprender,
interpretar y crear. La educación se fortalece cuando el estudiante aprende a
mirar de nuevo, a repreguntar y a construir significado a partir de la
experiencia. Esa mirada, que El principito
no pierde jamás, es también la que hoy se necesita para integrar la IA con
profundidad y responsabilidad en los procesos formativos.
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