Con el último apagón eléctrico general en toda la Isla se volvieron a poner de moda las casualidades de los problemas cotidianos. Digo casualidades porque hasta hoy no se señala a ningún responsable directo, no se remueve del cargo a ningún dirigente y tampoco se conocen las verdaderas razones de estas constantes desconexiones eléctricas. Es como el juego del dominó, la casualidad está presente en las fichas que te toquen.
Como aun mi memoria es buena, creo que una de las primeras casualidades fue cuando Fidel decidió que en 1970 se debían producir 10 millones de toneladas de azúcar, para satisfacer sus compromisos con los antaño países socialistas de Europa. Fidel, que era agrónomo, médico, economista, maestro, diseñador de moda, arquitecto y cualquier otra especialidad, se metió en cumplir su alocada idea.
Quiso plantar
caña donde antes se cosechaban mangos y mameyes, en terrenos que no eran
propios para dicho cultivo, pero si él lo decía debía plantarse allí, aunque
después nadie le pidió cuentas. Incluso decidió que ese año el Sol debía retrasarse
una hora, ya que extendió el horario de verano por todo un año. La casualidad
hizo que el Sol no le hiciera caso y que los 10 millones nunca se lograran. Fue
la casualidad, no hubo responsables, tampoco cambios en su gobierno.
Otra casualidad
fue la famosa vaca Ubre blanca, donde de nuevo Fidel dijo que era el inicio de
la producción de leche, soñando con abastecer al mundo entero, solo con una
vaca que explotaron hasta que se convirtió en un monumento abandonado. De nuevo
la casualidad fue la culpable que aquella idea loca no se hiciera realidad.
Después fueron
otras ideas de la escuela al campo y la escuela en el campo, tergiversando una frase
de José Martí referido a la formación teórica práctica. La casualidad de nuevo
hizo que esas ideas fueran desapareciendo sin explicación alguna. Más absurdo
fue eliminar las cocinas de gas y sustituirlas por pésimas cocinas chinas que
funcionaban con corriente eléctrica, en un país donde la generación de
electricidad ya era un problema. La casualidad hizo que poco a poco aquellas cocinas
se quedaran de adornos en las casas. Nadie respondió por ello.
Otra de las ideas fue cambiarle el nombre a un mineral llamado zeolita y convertirlo en el mineral del siglo XXI, con el que se podía lograr casi todo. Las casualidades de nuevo fueron el mejor aliado del fracaso. Otras de esas casualidades agronómicas fue la del cultivo de la moringa, con la que se podía mejorar la alimentación de la población. La casualidad hizo que aquello desapareciera y fuera otro cuento más.
En otra iluminación
repentina, decidió que Cuba sería el país más culto del mundo, creando las aburridas
clases por televisión. Regaló televisores y caseteras y logró que las maestras,
en vez de que los estudiantes aprendieran de las clases, lo hicieran de las
telenovelas que eran más entretenidas. La casualidad vino al rescate, nadie se
hizo culpable de no lograr su meta.
Pero las casualidades siguen estando presente. En el 2022 un camión que cargaba gas en el hotel Saratoga explotó, matando a muchas personas, hiriendo a otras, destruyendo viviendas, pero sin un culpable a la vista. Fue la casualidad la que trajo la muerte y destrucción.
De nuevo, otra
enorme explosión en los tanques de petróleo en la ciudad de Matanzas, fue obra
de la casualidad. Miles de toneladas ardieron por obra y gracia de la
casualidad, mientras unos pobres reclutas del ejército fueron enviados a apagar
las llamas con equipo no apto y una explosión acabó con sus vidas. Hoy no hay
culpables, fue la casualidad.
La lista es
enorme, tanto como los sucesivos apagones diarios. En el 2021 hubo otro apagón
general y hoy se repite con magnitudes insospechadas.
En Cuba, la casualidad ha sido la eterna compañera de los
grandes fracasos, disfrazando la falta de responsabilidad como simples casualidades. La historia se repite una y otra vez: errores sin culpables,
promesas sin resultados y tragedias sin respuestas. En la Isla, las
casualidades parecen ser la única certeza en un país donde la rendición de
cuentas es tan escurridiza como el sueño en un apagón.
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