miércoles, 9 de abril de 2025

La aitoxicación y el tecnoestrés (parte dos)

 En colaboración con la Dra Mercedes Leticia Sánchez Ambriz 

Generada por Copilot
En el anterior comentario analizamos cómo el tecnoestrés se transformó en una sensación creciente de ansiedad, incertidumbre y saturación mental, expandida a todos los sectores de la sociedad y en especial en el campo educativo.

En el campo educativo estamos en una permanente migración a plataformas de aprendizaje virtual, con la implementación de sistemas de evaluación digital, el uso obligatorio de entornos como Google Classroom, Moodle, Teams, entre otras. A ellos se une la exigencia de emplear herramientas de inteligencia artificial para la personalización del aprendizaje o la retroalimentación automatizada, generando lo que venimos definiendo como la aitoxicación. Además, docentes y estudiantes no sienten que la formación con estas herramientas sea sólida y organizada. Tampoco ven un acompañamiento institucional efectivo.

Muchos profesores sienten que deben aprender contrarreloj, en medio de sus múltiples responsabilidades, lo que genera ansiedad, fatiga mental y un sentimiento de insuficiencia constante. Este malestar se agrava cuando no hay espacios de colaboración entre colegas, ni tiempos asignados para la capacitación, ni una comprensión empática por parte de las autoridades escolares o las familias.

Además, el tecnoestrés en educación no se limita al uso técnico de las herramientas. Implica también una transformación del rol docente, que dejó de ser transmisor de conocimientos, y se transformó en un diseñador de experiencias digitales, gestor de plataformas, curador de contenidos, facilitador de habilidades digitales y, en muchos casos, soporte emocional de estudiantes que también viven su propia sobrecarga tecnológica. Esta ampliación de funciones sin el reconocimiento adecuado profundiza el desgaste emocional.

Disminuir el tecnoestrés del profesor.

En este contexto, el aula se convierte en un espacio de tensión constante entre la innovación obligatoria y la preparación real del profesorado. Por ello, atender el tecnoestrés en el ámbito educativo no es un lujo ni una opción: es una necesidad urgente si queremos construir escuelas que cuiden no solo el aprendizaje de los estudiantes, sino también la salud mental, la motivación y el equilibrio emocional de quienes enseñan.

Disminuir el tecnoestrés no es rechazar la tecnología, sino aprender a convivir con ella de manera consciente, crítica y equilibrada. En el caso del ámbito educativo, es fundamental pasar del uso reactivo de las herramientas digitales —donde se responde constantemente a demandas externas sin reflexión— a un uso intencionado, pedagógicamente significativo y emocionalmente sostenible.

Una de las primeras estrategias es la formación continua con sentido, no centrada únicamente en el uso técnico de las herramientas, sino también en la comprensión de sus implicaciones éticas, comunicativas y didácticas. Los docentes deben tener acceso a espacios de capacitación que valoren su punto de partida, respeten sus tiempos y fomenten el aprendizaje colaborativo. No se trata de saberlo todo, sino de aprender en comunidad, reconociendo que el proceso de adaptación es compartido.

Otro elemento clave es el acompañamiento institucional. Las escuelas y universidades deben garantizar políticas que incluyan tiempos protegidos para la actualización digital, asesoría personalizada, redes de apoyo entre docentes y, sobre todo, una cultura institucional que priorice el bienestar. Esto incluye desde reducir la cantidad de plataformas obligatorias hasta evitar la sobrecarga administrativa digital, pasando por fomentar ambientes laborales donde el error sea visto como parte del aprendizaje.

También es importante promover el autocuidado digital: establecer límites al uso excesivo de pantallas, aprender a desconectar sin culpa fuera del horario laboral, priorizar la calidad sobre la cantidad en la producción de materiales y mensajes, y desarrollar habilidades de organización digital para evitar la saturación mental. 

Estrategias como el uso consciente del correo electrónico, la planificación del tiempo en línea, la curaduría de fuentes confiables y el uso de herramientas que simplifiquen tareas repetitivas pueden hacer una diferencia significativa. A ello se suma la obligatoria necesidad de actualizarse en la seguridad informática e impedir compartir datos de estudiantes y profesores.

Finalmente, es esencial trabajar en la resignificación del rol docente en tiempos digitales. Comprender que el valor del maestro no está en competir con la tecnología, sino en su capacidad para humanizar el aprendizaje, interpretar la realidad, acompañar emocionalmente y enseñar a pensar en un mundo saturado de datos. 

Disminuir el tecnoestrés es también reconectar con el sentido profundo de la docencia, priorizando aquello que ninguna inteligencia artificial puede reemplazar: el vínculo humano, la sensibilidad pedagógica y la construcción colectiva del conocimiento.

En definitiva, el tecnoestrés aparece donde hay una persona enfrentando la presión constante de convivir con tecnologías que avanzan más rápido que su capacidad emocional, cognitiva o práctica para comprenderlas y usarlas con sentido. No se trata solo de desconocimiento técnico, sino de una sensación persistente de no estar al día, de no ser suficiente, de estar expuesto o reemplazable. 

En este desequilibrio entre la velocidad del cambio y la posibilidad real de adaptación, se gesta un malestar profundo que puede afectar la salud mental, la autoestima profesional y la calidad de vida.

domingo, 6 de abril de 2025

La aitoxicación y el tecnoestrés

 En colaboración con la Dra Mercedes Leticia Sánchez Ambriz 

Creada con Copilot


Hace no mucho tiempo, transformar una imagen requería horas de trabajo frente a Photoshop, además de conocimientos técnicos avanzados y la mirada entrenada de un diseñador gráfico. Hoy, basta con escribir unas instrucciones precisas y en segundos, una inteligencia artificial es capaz de alterar rostros, paisajes, estilos artísticos o crear composiciones inéditas desde cero. Lo que antes era un proceso artesanal y especializado, ahora se ejecuta con una orden breve en lenguaje natural. Esta nueva realidad ha encendido las alarmas: ¿es el principio del fin para los diseñadores gráficos?, ¿Será que el arte, la creatividad y el trabajo visual están siendo absorbidos por la máquina?

Antes de este fenómeno, Alvin Toffler vislumbraba lo que hoy está sucediendo al escribir su obra "El shock del futuro". En ella define este concepto como la sensación de desorientación y estrés que experimentan las personas cuando se enfrentan a cambios rápidos y significativos en la tecnología y la sociedad. En otras palabras, cuando los cambios son tan grandes, pueden causar una especie de «parálisis» en las personas, dificultando su capacidad para adaptarse y funcionar de manera efectiva en un entorno en constante evolución.

Más allá del impacto tecnológico, lo que emerge con fuerza es una sensación creciente de ansiedad, incertidumbre y saturación mental: es lo que hoy se conoce como tecnoestrés. Un fenómeno silencioso pero extendido, que afecta a miles de personas expuestas a la necesidad constante de adaptarse, aprender, actualizarse y competir con tecnologías que, paradójicamente, fueron diseñadas para facilitarles la vida.

El término tecnoestrés fue acuñado por Craig Brod (1984), quien lo definió como: Una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para afrontar las nuevas tecnologías informáticas de manera saludable.

Posteriormente, Rosen y Weil (1997) ampliaron el concepto, definiéndolo como: Un malestar psicológico negativo relacionado directa o indirectamente con el uso actual o futuro de la tecnología.

Más recientemente, Salanova, Llorens y Cifre (2007), investigadoras del ámbito de la psicología organizacional, definieron el tecnoestrés como: Un estado psicológico negativo relacionado con el uso de las tecnologías, que puede manifestarse en ansiedad, fatiga, escepticismo y sensación de ineficacia.

Todo empieza…

El tecnoestrés surge cuando una persona se siente incapaz de adaptarse al ritmo de los cambios tecnológicos, en una especie de shock, según las palabras de Toffler o cuando las demandas tecnológicas superan sus habilidades o recursos. Este fenómeno puede aparecer en diferentes contextos:

  • Entornos laborales, cuando hay una imposición acelerada de nuevas plataformas, sistemas o automatizaciones sin formación suficiente.
  • Ámbitos educativos, cuando docentes o estudiantes se enfrentan a herramientas digitales sin acompañamiento adecuado.
  • Vida cotidiana, por la hiperconectividad, la dependencia del móvil, la sobrecarga de información (Infoxicación) y la presión por estar siempre disponible.

En palabras de Tarafdar et al. (2007), el tecnoestrés se relaciona con cinco dimensiones:

  1. Techno-overload: cuando la tecnología obliga a trabajar más rápido o más intensamente.
  2. Techno-invasion: cuando la tecnología invade la vida personal.
  3. Techno-complexity: cuando se percibe la tecnología como demasiado compleja.
  4. Techno-insecurity: miedo a perder el trabajo por no dominar la tecnología.
  5. Techno-uncertainty: incertidumbre constante por los cambios tecnológicos.

El tecnoestrés no solo genera malestar momentáneo, sino que puede tener efectos profundos y duraderos en la vida de las personas. Estos efectos se manifiestan en diferentes niveles como:

  • Ansiedad y angustia: Las personas sienten presión por aprender nuevas tecnologías rápidamente, lo que puede generar miedo a equivocarse o quedar rezagadas (Salanova et al., 2007).
  • Baja autoestima y autoconfianza: La percepción de incompetencia tecnológica puede deteriorar la imagen personal y profesional.
  • Frustración e irritabilidad: El mal funcionamiento de sistemas, la falta de soporte técnico o la constante actualización de plataformas provoca emociones negativas recurrentes.
  • Fatiga y agotamiento: Estar muchas horas frente a la pantalla y bajo presión digital puede generar agotamiento físico, tensión muscular o trastornos del sueño
  • Problemas visuales o posturales: Por el uso prolongado de dispositivos sin pausas ni condiciones ergonómicas adecuadas.

Impacto en el rendimiento cognitivo y profesional

  • Disminución de la concentración: La multitarea digital y la sobrecarga de información (Infoxicación) reducen la capacidad de atención y el procesamiento eficaz de datos (Carr, 2010).
  • Bloqueos mentales o baja productividad: La saturación tecnológica puede paralizar la toma de decisiones y disminuir la eficiencia en el trabajo.
  • Dependencia o evitación: Algunas personas desarrollan conductas evitativas hacia las TIC, mientras que otras generan dependencia excesiva.

Aislamiento social y deterioro de relaciones

  • Desvinculación afectiva: El exceso de interacciones virtuales puede reemplazar la comunicación cara a cara, reduciendo la calidad de los vínculos sociales.
  • Problemas en el entorno laboral, educativo y social: El mal manejo del estrés tecnológico puede generar conflictos interpersonales, falta de cooperación o resistencia al cambio.

Burnout tecnológico

El burnout, también conocido como síndrome de agotamiento profesional, es un estado de agotamiento físico, emocional y mental que aparece como consecuencia del estrés crónico en el trabajo. Fue reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) como un fenómeno ocupacional.

Según Christina Maslach (1981), una de las autoras más citadas en este campo, el burnout se caracteriza por tres dimensiones principales:

  1. Agotamiento emocional: sensación de estar emocionalmente drenado y sin energía.
  2. Despersonalización: actitudes negativas, distantes o cínicas hacia las personas con las que se trabaja.
  3. Baja realización personal: sensación de ineficacia, baja productividad y falta de logro.

Aparece cuando las exigencias laborales superan los recursos personales, tanto físicos como psicológicos, durante un periodo prolongado. Algunos factores clave que lo desencadenan son:

  • Sobrecarga de trabajo constante.
  • Falta de control sobre las tareas o el uso de tecnología impuesta sin capacitación.
  • Presión por estar siempre disponible (hiperconectividad).
  • Ambientes laborales deshumanizados, con poca valoración o apoyo social.
  • Falta de reconocimiento o sentido del trabajo.

En el contexto actual, con la transformación digital y el auge de la inteligencia artificial, surge una variante conocida como tecno-burnout, una forma de agotamiento relacionada directamente con el uso intensivo de las tecnologías. Salanova y Llorens (2009) destacan que esta modalidad de burnout se origina por:

  • La constante adaptación a herramientas digitales nuevas.
  • La fatiga mental derivada del exceso de pantallas y dispositivos.
  • La presión por mantenerse actualizado y ser “digitalmente competente”.
  • El miedo a ser reemplazado por sistemas automatizados.
¿Qué sucede cuando estos problemas se trasladan al campo de la enseñanza? En la siguiente entrada comentaremos sobre esto.