En colaboración con la Dra Mercedes Leticia Sánchez Ambriz
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Generada por Copilot |
En el campo educativo estamos en una permanente migración
a plataformas de aprendizaje virtual, con la implementación de sistemas de
evaluación digital, el uso obligatorio de entornos como Google Classroom,
Moodle, Teams, entre otras. A ellos se une la exigencia de emplear herramientas
de inteligencia artificial para la personalización del aprendizaje o la
retroalimentación automatizada, generando lo que venimos definiendo como la
aitoxicación. Además, docentes y estudiantes no sienten que la formación con estas herramientas sea sólida y
organizada. Tampoco ven un acompañamiento institucional efectivo.
Muchos profesores sienten que deben aprender contrarreloj, en medio de
sus múltiples responsabilidades, lo que genera ansiedad, fatiga mental y un
sentimiento de insuficiencia constante. Este malestar se agrava cuando no hay
espacios de colaboración entre colegas, ni tiempos asignados para la
capacitación, ni una comprensión empática por parte de las autoridades
escolares o las familias.
Además, el tecnoestrés en educación no se limita al
uso técnico de las herramientas. Implica también una transformación del rol docente, que dejó de ser transmisor de
conocimientos, y se transformó en un diseñador de experiencias digitales,
gestor de plataformas, curador de contenidos, facilitador de habilidades
digitales y, en muchos casos, soporte emocional de estudiantes que también viven
su propia sobrecarga tecnológica. Esta ampliación de funciones sin el
reconocimiento adecuado profundiza el desgaste emocional.
Disminuir el tecnoestrés del profesor.
En este contexto, el aula se convierte en un espacio de tensión constante entre la
innovación obligatoria y la preparación real del profesorado. Por ello,
atender el tecnoestrés en el ámbito educativo no es un lujo ni una opción:
es una necesidad urgente si queremos construir escuelas que cuiden no solo
el aprendizaje de los estudiantes, sino también la salud mental, la motivación
y el equilibrio emocional de quienes enseñan.
Disminuir el tecnoestrés no es rechazar la
tecnología, sino aprender a convivir con
ella de manera consciente, crítica y equilibrada. En el caso del ámbito
educativo, es fundamental pasar del uso reactivo de las herramientas digitales
—donde se responde constantemente a demandas externas sin reflexión— a un uso intencionado, pedagógicamente significativo y
emocionalmente sostenible.
Una de las primeras estrategias es la formación continua con sentido, no centrada únicamente en el uso
técnico de las herramientas, sino también en la comprensión de sus
implicaciones éticas, comunicativas y didácticas. Los docentes deben tener
acceso a espacios de capacitación que valoren su punto de partida, respeten sus
tiempos y fomenten el aprendizaje colaborativo. No se trata de saberlo todo, sino de aprender en comunidad,
reconociendo que el proceso de adaptación es compartido.
Otro elemento clave es el acompañamiento institucional. Las escuelas y universidades deben
garantizar políticas que incluyan tiempos protegidos para la actualización
digital, asesoría personalizada, redes de apoyo entre docentes y, sobre todo, una cultura institucional que priorice el
bienestar. Esto incluye desde reducir la cantidad de plataformas
obligatorias hasta evitar la sobrecarga administrativa digital, pasando por
fomentar ambientes laborales donde el error sea visto como parte del
aprendizaje.
También es importante promover el autocuidado digital: establecer límites al uso excesivo de pantallas, aprender a desconectar sin culpa fuera del horario laboral, priorizar la calidad sobre la cantidad en la producción de materiales y mensajes, y desarrollar habilidades de organización digital para evitar la saturación mental.
Estrategias como el uso consciente del correo
electrónico, la planificación del tiempo en línea, la curaduría de fuentes
confiables y el uso de herramientas que simplifiquen tareas repetitivas pueden
hacer una diferencia significativa. A ello se suma la obligatoria necesidad de
actualizarse en la seguridad informática e impedir compartir datos de
estudiantes y profesores.
Finalmente, es esencial trabajar en la resignificación del rol docente en tiempos digitales. Comprender que el valor del maestro no está en competir con la tecnología, sino en su capacidad para humanizar el aprendizaje, interpretar la realidad, acompañar emocionalmente y enseñar a pensar en un mundo saturado de datos.
Disminuir el tecnoestrés es también reconectar con el sentido profundo de la docencia,
priorizando aquello que ninguna inteligencia artificial puede reemplazar: el
vínculo humano, la sensibilidad pedagógica y la construcción colectiva del
conocimiento.
En definitiva, el tecnoestrés aparece donde hay una persona enfrentando la presión constante de convivir con tecnologías que avanzan más rápido que su capacidad emocional, cognitiva o práctica para comprenderlas y usarlas con sentido. No se trata solo de desconocimiento técnico, sino de una sensación persistente de no estar al día, de no ser suficiente, de estar expuesto o reemplazable.
En
este desequilibrio entre la velocidad del cambio y la posibilidad real de
adaptación, se gesta un malestar profundo que puede afectar la salud mental, la
autoestima profesional y la calidad de vida.